Avanzar en igualdad sin perder diversidad: una propuesta desde la Agenda 2030
La compleja relación entre libertad religiosa e igualdad de género ha llevado a considerar que se trata de normas excluyentes, de modo que el avance para uno significaría un retroceso para el otro. Los intentos de conciliación parecen entonces un intento posmoderno de equilibrar la comprensión secular y religiosa de la igualdad de género a través de un enfoque fragmentado, práctico y basado en el contexto. Eso puede resolver problemas concretos, pero difícilmente conciliará las diversas concepciones. Cabría pensar también en opciones como los medios alternativos de resolución de conflictos, y las políticas proactivas para prevenir litigios, pero eso parece también insuficiente. Nuestras sociedades, cada vez más plurales, demandan nuevas estrategias, no sólo para resolver las controversias entre derechos humanos, sino para alcanzar un mayor desarrollo, democratización y consolidación de la paz, siguiendo el impulso introducido por la Agenda 2030. Desde el Proyecto I+D+i sobre Igualdad de género y creencias en el marco de la agenda 2030, financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación, se está trabajando para encontrar estrategias de conciliación entre estos derechos fundamentales, más allá de las guerras culturales, y lograr superar tanto los estereotipos de género como los estereotipos religiosos.
El primer paso es centrarse en los problemas y las necesidades reales de las mujeres. Las formas actuales de oponerse la religión y la secularidad en relación a la igualdad de género producen formas de polarización que obstaculizan la percepción y la escucha de lo que las mujeres necesitan. Escuchar y empoderar a las mujeres dentro de las comunidades religiosas debería ser uno de los principales objetivos en los esfuerzos por armonizar la libertad religiosa con la igualdad de género.
Por otra parte, la experiencia demuestra que legislación antidiscriminatoria no permite por sí sola ganar la batalla contra la intolerancia. El éxito pasa más bien por promover un cambio en las actitudes y en los comportamientos. Es mejor motivar con pequeños incentivos, que prohibir o imponer conductas, como sostienen Thaller y Sunstain en su teoría de los nudges. Deberá por ello priorizarse todo lo que facilite un cambio de actitud hacia la discriminación por razón de género en el ámbito religioso. Por ejemplo, fomentando que las religiones reflexionen sobre el liderazgo y la aportación de las mujeres en puestos de decisión. Y descubriendo modos en que los líderes religiosos pueden contribuir a eliminar los estereotipos de género en el seno de sus organizaciones (ODS 5).
Por eso los desarrollos de la igualdad de género en el seno de las confesiones religiosas serán más eficaces en la medida que no traten de ser impuestos dese fuera, sino que provengan de los propios creyentes, como titulares del derecho de libertad religiosa colectiva (ODS 16). Esto les permite transformarse desde sus propios valores y tradiciones, sin perjuicio del respeto debido a los derechos fundamentales, y concretamente a la igualdad y no discriminación. En este sentido, son clave los movimientos que, desde dentro de los grupos religiosos, están abriendo paso a una mayor participación de las mujeres tanto en la interpretación de los textos doctrinales, como en puestos de responsabilidad en la administración de las instituciones religiosas.
Lejos de los intentos laicistas de eliminar la religión del espacio público, debería contarse con las instituciones religiosas como agentes de cambio social para lograr una igualdad de derechos multidimensional (ODS 17). Muchos líderes y comunidades religiosas están fuertemente comprometidos con los derechos humanos y con la construcción de la paz. Los valores religiosos puede ser una fuente de motivación en las luchas por la inclusión y la no discriminación. Hay un gran fuerza e influencia en los mensajes de las religiones, incluso cuando no son estrictamente religiosos.
Para superar una visión particular sobre cómo debe entenderse la igualdad entre mujeres y hombres, es necesario también abrirse a otras lecturas de la misma que cabe encontrar en algunas tradiciones religiosas y culturales. A menudo solo se repara en las rígidas normas sobre las relaciones de género, pero no se observa cómo esas mismas normas han empoderado de diversos modos a las mujeres. El concepto de equidad de género, acogido o incorporado a algunas miradas cristianas sobre la diferencia de sexo/género, promueve tratar a las personas de acuerdo con sus necesidades para asegurar igualdad de derechos y oportunidades. En el campo de la solidaridad entre sexos y entre generaciones, se ha elaborado el concepto de complementariedad y corresponsabilidad, en un contexto sustancialmente igualitario. Cabe afirmar que el cristianismo en general aporta a la idea de igualdad un fundamento metafísico y un interesante equilibrio entre las identidades individuales y colectivas y las estructuras políticas. Pueden encontrarse elementos análogos en otras tradiciones religiosas.
Por último, y no menos relevante es promover una estrategia preventiva mediante la educación, tal como indica el ODS 4. Es importante la promoción de programas educativos en derechos humanos, buscando la eliminación de los patrones de comportamiento que reflejan prejuicios basados en la inferioridad de la mujer (Art. 5 CEDAW). Se deben eliminar asimismo los eventuales estereotipos religiosos subyacentes al activismo por la igualdad de género. Para ello, será necesario incorporar a las acciones y programas para la igualdad de género un enfoque acerca del pluralismo religioso y una perspectiva de género a las políticas diseñadas para promover la libertad religiosa.
El camino hacia la igualdad efectiva entre hombres y mujeres es un trayecto inacabado, en el que hay todavía muchas discriminaciones que pueden y deben eliminarse contando con la contribución de todos los agentes sociales, incluyendo las organizaciones religiosas. Es por ello necesario impulsar un nuevo
enfoque postsecular del conflicto entre libertad religiosa e igualdad de género, implementando políticas flexibles que tiendan a armonizar ambos valores sin que avanzar en uno signifique renunciar al otro. La democracia, en efecto, significa crear un espacio donde todas las voces puedan ser escuchadas para alcanzar los compromisos que el desarrollo sostenible requiere, sin dejar a nadie atrás.