El arraigo del budismo en España
El budismo es en la actualidad la cuarta minoría religiosa en España por número de seguidores tras el islam, el cristianismo evangélico y el cristianismo ortodoxo. Y es también la confesión que no se asocia con las tan manidas “tres culturas” que tiene un mayor impacto, aunque la plena implantación de grupos de práctica en España resulte reciente, no mucho más allá de 40 años atrás. Y es que, además de puntuales practicantes y simpatizantes individuales que pueden detectarse con anterioridad, o de la simpatía y hasta fascinación por el budismo de no pocos artistas, escritores y pensadores españoles desde el siglo XIX, los primeros grupos budistas estables comenzaron en España poco antes de que el país se dotase de un sistema democrático. El año 1977 será clave en la llegada de los primeros maestros orientales y la implantación de verdaderos grupos y centros de práctica budista en nuestro país.
Se trata, por tanto, de una propuesta reciente, pero que resulta particularmente visible y que no se suele estigmatizar. Por el contrario, está bien visto ser budista en España, y dada la actitud positiva de la población en general, comienzan a encontrarse monasterios, centros y hasta enormes monumentos budistas por toda la geografía del país. Como ejemplo señero destaca el estupa de Benalmádena (Málaga), con más de 33 metros de altura, el mayor fuera de Asia, construido en una zona muy turística, desde la que se divisa el continente africano y que en 2003, año de su inauguración, recibió unos 500.000 visitantes, superando en los posteriores los 100.000 anuales y siendo un excelente ejemplo del creciente turismo religioso budista en España y de sus posibilidades de futuro. Es un monumento que por su forma, confección, uso y aspecto resulta radicalmente diferente a los que marcaban el patrimonio religioso español, pero su aceptación en la zona y su éxito ilustran lo que se podría llamar el contra-estigma budista en España. En esta línea estaría el gran proyecto de construir en Cáceres un gran complejo budista con monasterios, centros docentes y una enorme estatua en jade blanco de Buda sentado que alcanzaría los 40 metros de altura, y por tanto sería una de las mayores del mundo, y que cuenta con el apoyo de la municipalidad cacereña y de la Universidad de Extremadura y tiene como promotora a la Fundación Lumbini Garden. Convertiría a la zona en un polo atractivo tanto para el turismo budista como para el que se augura creciente turismo chino. El budismo, por tanto, parecería configurarse como un elemento más, aunque inesperado, de la “Marca España”. Otro ejemplo de esta atracción por el budismo en nuestro país lo encontramos en la gran cantidad de libros que sobre el tema se han publicado tanto en editoriales españolas de corte budista (como Dharma, Amara, Tharpa, Chabsöl, entre otras) como editoriales generales con un importante fondo de obras sobre budismo (por ejemplo, Kairós, Urano, Miraguano, Libros de la Liebre de Marzo o Paidós, entre muchas otras, algunas incluso confesionales católicas). El budismo como producto editorial de éxito ha llevado a que en volumen de obras publicadas, solo las dedicadas al cristianismo superen a las budistas. Habría que añadir a este impacto intelectual y cultural la inclusión de lo que podrían denominarse perspectivas budistas en la cotidianeidad española, con la proliferación de conceptos compartidos como dharma, samsara, karma o nirvana, de estatuillas de Buda convertidas en objeto decorativo entre personas a las que no se les ocurriría decorar su casa con los santos o las vírgenes tan comunes hace medio siglo o también con la introducción de técnicas de meditación como el proliferante mindfulness, que en una aproximación introductoria se suele enseñar sin componentes budistas de referencia, pero que, al adentrase en niveles de práctica más avanzados, se tiñe de modelos de entender las cuestiones en los que el aroma budista está muy presente.
Más allá de quienes practican mindfulness o algún tipo de otra disciplina meditativa que pueda tener algunos referentes más o menos difusos de tipo budista, en lo que se refiere a los números de budistas comprometidos en España se estima que rondaría los 90.000 seguidores activos y alcanzaría los 300.000 si se computase a los simpatizantes más ocasionales o a los practicantes individuales, y eso a pesar de que en España el budismo no suele desarrollar estrategias proselitistas. Se caracteriza por la diversidad de escuelas, enfoques y colectivos implicados pero, en general, desde los primeros momentos y hasta hoy, serán el zen y el budismo tibetano los que tienen un mayor número de centros, seguidores y actividades en España, aunque paulatinamente han ido surgiendo otros modelos de budismo hasta configurar un panorama que en la actualidad incluye unos 300 centros o grupos de prácticas con un funcionamiento estable. Pero una peculiaridad budista, que quizá explique en parte el atractivo que puede llegar a tener en una época que en ocasiones se caracteriza como postreligiosa como la actual, es la capacidad de adaptación a contextos culturales y sociales muy diferentes, incluido hasta el individualizado y descreído que define a las sociedades europeas modernas. Así están creciendo, también en España, iniciativas que proponen, en la línea de lo que se podría denominar como nuevo budismo, centrar el foco menos en el rito o en la creencia y más en la práctica. No resultan inusuales los perfiles de budistas que se dicen no religiosos, que incluso se identifican como ateos, que plantean que su vivencia sería espiritual, filosófica, y en todo caso bien lejos de lo que estiman que son las constricciones inherentes a las religiones establecidas, llegándose a la fascinante y atractiva paradoja de que el budismo se imagina como una religión que no es una religión.
Al margen de estas indefiniciones “espirituales”, en España el budismo presenta una destacada materialidad. Además de los monumentos excepcionales, como el estupa de Benalmádena ya citado, los lugares de culto budista en España se presentan en dos grandes modelos de propuestas. Por una parte, están los centros urbanos de prácticas, los más numerosos, dado que la mayoría de los budistas son urbanitas. Jalonan las ciudades y los núcleos urbanos relevantes y suelen centrarse en una sala de meditación a la que se añaden dependencias para el estudio y la administración y que, salvo excepciones, suelen ser espacios modestos que se ubican en pisos o bajos de edificios. Por otra parte, están los centros de retiros y monasterios, característicos de otra de las facetas clave de las propuestas religiosas budistas, que son las intensificaciones de la práctica en ciertos momentos. Suelen situarse en zonas rurales donde las comunidades tienen libertad para desarrollar propuestas decorativas y arquitectónicas propias de las tradiciones budistas con las que se identifican, Por ejemplo el budismo tibetano, el que mayor número de este tipo de centros ha levantado en España, ha construido monasterios que parecen como si una porción del Himalaya hubiese enraizado en España: sirvan de muestra ubicaciones con solera como Dag Shang Kagyu en el Pirineo oscense, Osel Ling en la Alpujarra granadina, o Karma Guen en la Axarquía malagueña.
Desde el punto de vista del arraigo jurídico y organizativo destacan dos momentos en la maduración del budismo español. Por una parte, está la fundación en 1990 de la federación budista, llamada Federación de Comunidades Budistas de España (FCBE) en ese entonces, y actualmente denominada Unión Budista de España-Federación de Entidades Budistas de España (UBE-FEBE), que ha terminado progresivamente aglutinando a un número destacado de grupos, tanto los más antiguos como muchos de los que tienen mayor presencia. Por otra, resulta notable el reconocimiento del notorio arraigo en 2007 por parte del Estado al budismo, que fue exitosamente tramitado por la federación budista y que ha situado al budismo en una posición de privilegio jurídico al que solo han accedido en España, hasta el momento, cristianos, en diversas denominaciones, musulmanes y judíos.