Superdiversidad religiosa y no-religiosa
En el caso concreto de Europa, las dinámicas de transformación experimentadas en los últimos años – y que tradicionalmente catalogamos dentro del término secularización– se han traducido en un aumento constante del pluralismo, tanto religioso como no-religioso. Respecto a este último sector, la autoidentificación como no-religioso en España ha pasado de representar apenas el 13% de la población en el año 2000 a constituir actualmente en torno al 40% (CIS), alcanzando cifras más elevadas en el caso de la juventud. Incluso más allá de Europa occidental, cabe destacar que la secularización se ha consolidado igualmente como dinámica a nivel global. Además de los posibles indicios del aumento de personas no religiosas en los países de cultura árabe que se registran en los informes efectuados por Gallup en 2012, el sociólogo Ronald Inglehart nos recuerda que en 43 de los 49 países incluidos en la Encuesta Mundial de Valores (WVS) se detectaba un decrecimiento de la religiosidad entre 2007 y 2019.
A pesar de este importante aumento de personas no-religiosas en nuestro mundo, en la actualidad continuamos teniendo limitaciones académicas y sociales a la hora de abordar las realidades de este sector de personas que tienen cosmovisiones y valores fuera del universo religioso, como analizábamos en un artículo anterior (Ruiz Andrés 2024). Habitualmente, en gran parte de las narrativas presentes en artículos, informes o reportajes periodísticos los grupos no-religiosos son retratados como un “espacio vacío”. Sin embargo, una mirada atenta a esta población nos revela una importante pluralidad en sus perfiles, no sólo por el amplio elenco de distintas posturas que tienen ante lo religioso (en este grupo encontraríamos desde personas antirreligiosas hasta espirituales no-religiosos), sino también por la diversidad de culturas existenciales y de cosmovisiones que habitan en este espacio y que impiden que este sector pueda ser meramente categorizado como un “vacío” religioso. No obstante, y a pesar de estas reflexiones que han sido desarrolladas por la literatura académica en los últimos años, la visión sustractiva –es decir, aquella que presenta a los no-religiosos como la mera la ausencia de la religión y, por tanto, sin necesidad de un reconocimiento específico a nivel social y legal– es la que predomina tanto en parte de las iniciativas de diálogo interreligioso como en los paradigmas teóricos para el estudio del pluralismo en las Ciencias Sociales.
En el caso de los documentos e iniciativas interreligiosos, las personas no-religiosas o se hallan ausentes o son descritas como una alteridad sin rostro, una masa anónima que se presenta como un tercero. Incluso en el caso del Documento de la Fraternidad Humana (2019), uno de los textos –como hemos señalado– más celebrados de diálogo interreligioso en los últimos años, el sector no-religioso se engloba dentro del término “personas de buena voluntad”, sin especificar su diversidad y complejidad. Y aunque se señala la necesidad de trazar un puente entre las personas religiosas y otras maneras de ver el mundo, el documento ubica a este grupo en un segundo plano frente a la centralidad que otorga a “la reconciliación y a la fraternidad entre todos los creyentes”.
Esta aproximación genérica también se encuentra en debates teóricos que, a pesar de su potencialidad, como la postsecularización (Ruiz Andrés 2022), continúan anclados en un pluralismo limitado al reconocimiento de la diferencia religiosa, obviando -por tanto- la diversidad existente en el sector no-religioso. Las principales aportaciones del pensamiento postsecular enfocan sus reflexiones en el diálogo entre modernidad y religiones, su contribución a la democracia y la necesidad de marcos para la protección y el reconocimiento de la diversidad religiosa. Sin embargo, la heterogeneidad de las personas no-religiosas queda difuminada dentro del amplio y abstracto término de “la sociedad secular”.
Ante las limitaciones que hemos presentado, emerge el reto del diálogo interconviccional, que constituye –a la vez– una cuestión de relevancia académica, pues supone un replanteamiento de nuestras nociones de pluralismo, y de importancia social. Respecto a la urgencia social, no podemos ignorar que durante los últimos años la polarización creciente de parte de las sociedades de nuestro mundo engloba también al binomio “religión vs. secularidad”, que se ha politizado crecientemente. Así pues, en el caso de Estados Unidos vemos cómo la religión ha devenido un importante factor diferencial entre aquellos que votan por los republicanos y los que votan por el partido demócrata, y un elemento esencial para comprender el derrotero político de este país en los últimos años (Díez Sarasola 2024). Esta es una muestra más de que si el diálogo interreligioso no se abre al diálogo con otras cosmovisiones no-religiosas, puede acabar convirtiéndose en un instrumento limitado para la prevención de la creciente fractura de la cohesión y del consenso en nuestras sociedades.
Para hacer efectiva la apertura hacia el diálogo interconviccional, deviene imprescindible -tanto por parte del sector político como de los diferentes actores que han protagonizado los encuentros interreligiosos- la mayor consideración social y legal de la pluralidad del sector no-religioso, la protección de su diversidad en un marco de igualdad profunda (deep equality) y la generación de puentes dialógicos entre las diferentes cosmovisiones religiosas y no religiosas a través del fomento de iniciativas de encuentro interconviccional. Respecto a esta última línea tenemos ejemplos que han ido desbrozando ya el sendero que transita del diálogo interreligioso al interconviccional. Por ejemplo, la “Carta por la Compasión” (Charter for Compassion), promovida por la reconocida investigadora Karen Armstrong, aúna asociaciones y grupos que, desde distintas cosmovisiones –religiosas y no-religiosas– han efectuado un compromiso explícito por la cultura de la compasión y la justicia social. Igualmente, en abril del año 2021, y a iniciativa de la Unión Budista Europea (EBU) y la Conferencia de Iglesias Europeas (CEC), se ha creado el Comité de Diálogo Interreligioso e Interconviccional dentro del marco del Consejo de Europa.
En definitiva, el diálogo interconviccional no sólo supone una necesidad derivada de las profundas transformaciones sociorreligiosas de los últimos años, sino que constituye –a la vez– un paso lógico en la apertura del propio diálogo interreligioso. Como nos recuerda Panikkar, el diálogo posee un carácter infinito, pues siempre se encuentra abierto a incorporar nuevas voces y posturas. Desde este prisma, si el diálogo interreligioso –que ha realizado y realiza contribuciones fundamentales en pro de la convivencia– se cierra a esta pluralidad que compone nuestro mundo global, corre el riesgo de devenir finito y, por tanto, un instrumento limitado e incompleto para responder a la realidad y a los retos de una sociedad que más que religiosa o irreligiosa es, ante todo, plural.
Por tanto, y reformulando la frase de Hans Küng con la que comenzábamos nuestro texto, hoy concluimos señalando que no sólo no habrá paz sin diálogo entre las religiones, sino que no habrá entendimiento en nuestro mundo y en nuestras sociedades sin el diálogo entre las diferentes cosmovisiones.