El reto del diálogo interconviccional en el siglo XXI

Cuestiones de pluralismo, Volumen 5, Número 1 (1er Semestre 2025)
29 de Enero de 2025
DOI: https://doi.org/10.58428/ICTR5754

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Por Rafael Ruiz Andrés

El diálogo entre las religiones desempeña un papel fundamental por la paz, pero no es suficiente. Necesita trascender los límites de lo religioso y apostar por una mirada más amplia: una perspectiva interconviccional en la que puedan encontrarse las distintas cosmovisiones -religiosas o no- para buscar puntos comunes de entendimiento.


 

El teólogo Hans Küng hizo célebre la frase “No habrá paz en el mundo sin paz entre las religiones”, que ha sido constantemente repetida en distintos encuentros y foros interreligiosos como un alegato contra la guerra así como del papel nodal de las religiones para la convivencia entre pueblos. Sin embargo, en el presente la paz aparece aún como un horizonte alejado de nuestro tiempo, en el que la violencia sigue presente a nivel global en esa línea de desesperación y sufrimiento que se traza desde Kiev hasta Gaza y que se extiende también a otros muchos rincones azotados por la misma lacra bélica. En no pocas ocasiones las diferencias religiosas juegan un triste rol en estos macabros escenarios, pero sin duda tenemos que señalar que también, y contra el prejuicio secularista que asocia creencia necesariamente con violencia, las religiones se han ido consolidando como actores esenciales por la paz.

El hilo que quiero proponerles en este artículo comienza con la importancia del diálogo interreligioso para ir más allá: hoy el diálogo entre las religiones está llamado a desempeñar un papel fundamental por la paz, pero no es suficiente. Necesita trascender los límites de lo religioso y apostar por una mirada más amplia: una perspectiva interconviccional, en la que converjan las distintas cosmovisiones -religiosas o no- para buscar puntos comunes de entendimiento.

La consolidación del diálogo interreligioso durante el siglo XX

Tras el acontecimiento histórico que supuso la convocatoria del Parlamento Mundial de las Religiones en Chicago (Estados Unidos) en 1893, podemos afirmar que se ha consolidado una expansión sin precedentes del diálogo interreligioso a diferentes niveles.

En primer lugar, a lo largo de la última centuria del segundo milenio se han intensificado los encuentros entre las distintas denominaciones que configuran la pluralidad interna de las grandes tradiciones religiosas (diálogo intrarreligioso). Cabe destacar, a modo de ejemplo, los avances en el diálogo ecuménico entre las denominaciones cristianas, que tuvo un impulso fundamental en hitos como la creación del Consejo Mundial de las Iglesias (1948) y el Concilio Vaticano II (1962-1965). Respecto a este último evento, con el que la Iglesia católica se puso “a tono” con la modernidad, el decreto Unitatis Redintegratio (1964) implicó un giro radical en una historia tantas veces plagada por la violencia y el conflicto entre cristianos. Además, la existencia de iniciativas en las que este diálogo se experimenta de manera continuada y desde la base, como en la comunidad ecuménica de Taizé (Francia), actualmente encabezada por el hermano Matthew, han posibilitado la creación de espacios en los que esta realidad no sólo se ha traducido en una cuestión puntual y limitada a eventos de mayor o menor impacto mediático, sino que se ha convertido en acción duradera, con capacidad de transformación de las realidades cotidianas de las distintas comunidades religiosas.  

En segundo lugar, también durante el siglo XX se ha extendido el diálogo entre las diferentes religiones, como evidencia –entre otras iniciativas– el acercamiento entre cristianos y musulmanes, los dos credos con mayor número de fieles a nivel mundial. Centrándonos en el diálogo entre el catolicismo y el islam, podemos observar la creciente colaboración entre destacados líderes de las citadas confesiones, que se remonta a los primeros encuentros entre los comités de la Universidad de Al-Azhar y del Secretariado para los No Cristianos del Vaticano en 1978, reuniones que han sido continuadas a través del camino que va desde la creación del Comité Permanente por el Diálogo con las Religiones Monoteístas a la cumbre interreligiosa entre Ahmed Al Tayyeb – gran imán de Al-Azhar- y el papa Francisco en Abu Dabi en 2019. En este marco se produjo la firma del Documento sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común, uno de los acontecimientos interreligiosos más importantes a nivel global de las últimas décadas. De hecho, como resultado de este encuentro, se ha creado un Alto Comité de la Fraternidad Humana, con representantes de distintas religiones más allá de las dos involucradas en la Declaración (catolicismo e islam), y se ha proclamado por parte de la Asamblea General de las Naciones Unidas el Día de la Fraternidad Humana, que se celebra todos los 4 de febrero para recordar la rúbrica del citado texto.

No podemos obviar en este punto que la expansión dialógica ha sido igualmente posible gracias a las profundas transformaciones experimentadas en el seno de las tradiciones religiosas, en las que se han matizado teológica, pastoral y socialmente las posiciones exclusivistas para abrirse al diálogo. Podemos, incluso, observar cómo ambos procesos –transformaciones religiosas y diálogo interreligioso– han acontecido simultáneamente y se retroalimentan mutuamente. En cierto modo, el diálogo entre religiones potencia el cambio de las religiones, que puede hacer a su vez que estas se abran más efectivamente al diálogo.

Diálogo interreligioso a distintos niveles

Además, este contexto de creciente diálogo y colaboración entre denominaciones y religiones se ha afianzado tanto a nivel institucional como en la cotidianeidad de parte de la población, lo que genera importantes dinámicas tanto desde las instituciones hacia la sociedad (top-down) como desde las reclamaciones de la población y de las comunidades de base hacia las instituciones (bottom-up).

Por un lado, a nivel institucional, cabe destacar el apoyo y promoción del diálogo interreligioso por parte de los organismos internacionales a través de textos como la Declaración Universal de la UNESCO sobre la Diversidad Cultural, del 2 de noviembre de 2001, la Volga Forum Declaration (2006), la Declaración de San Marino (2007), el documento del Consejo de Europa “Living Together As Equals in Dignity” (White Paper on Intercultural Dialogue) o de iniciativas como la Alianza de Civilizaciones en las Naciones Unidas.

Por otro lado, en lo relativo a la experiencia cotidiana de la población, a partir de finales del siglo XX, con la aceleración de la globalización y la expansión de las TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación), se ha intensificado el flujo de personas, ideas, culturas y creencias a escala global, con importantes impactos en las distribuciones religiosas de los distintos continentes y países, así como en las vivencias de los/as ciudadanos/as de nuestro mundo. Esta profunda transformación ha impulsado que la coexistencia –con sus potencialidades y tensiones– se encarne en el nivel diario, dando lugar a toda una serie de iniciativas interreligiosas promovidas desde las comunidades religiosas y por parte de la ciudadanía. Como señala el sociólogo Hans Joas, el descubrimiento de este pluralismo del mundo y de nuestras sociedades ha hecho que el diálogo deje de ser una convicción y se haya convertido también en una necesidad.

Sin embargo, no sólo podemos decir que el marco de profundo cambio social y religioso de las últimas décadas ha favorecido el encuentro con la diversidad religiosa. Debemos de igual modo subrayar que, a nivel global y como consecuencia de los procesos de secularización, se ha intensificado una pluralidad de cosmovisiones mucho más amplia y que va más allá de la diversidad religiosa; una superdiversidad religiosa y no-religiosa que en ocasiones nos cuesta concebir porque nuestra comprensión del pluralismo religioso continúa limitándose -en el mejor de los casos- al reconocimiento de las confesiones religiosas y no tanto al más amplio espectro de cosmovisiones que existe en nuestras sociedades. Es en este momento donde deviene imprescindible considerar el aumento de personas no adscritas a opciones de conciencia religiosa, y el punto principal de nuestro texto: la necesidad de complementar el diálogo interreligioso con el diálogo interconviccional, es decir, entre distintas cosmovisiones, sean estas religiosas o no religiosas.

Superdiversidad religiosa y no-religiosa

En el caso concreto de Europa, las dinámicas de transformación experimentadas en los últimos años – y que tradicionalmente catalogamos dentro del término secularización– se han traducido en un aumento constante del pluralismo, tanto religioso como no-religioso. Respecto a este último sector, la autoidentificación como no-religioso en España ha pasado de representar apenas el 13% de la población en el año 2000 a constituir actualmente en torno al 40% (CIS), alcanzando cifras más elevadas en el caso de la juventud. Incluso más allá de Europa occidental, cabe destacar que la secularización se ha consolidado igualmente como dinámica a nivel global. Además de los posibles indicios del aumento de personas no religiosas en los países de cultura árabe que se registran en los informes efectuados por Gallup en 2012, el sociólogo Ronald Inglehart nos recuerda que en 43 de los 49 países incluidos en la Encuesta Mundial de Valores (WVS) se detectaba un decrecimiento de la religiosidad entre 2007 y 2019.

A pesar de este importante aumento de personas no-religiosas en nuestro mundo, en la actualidad continuamos teniendo limitaciones académicas y sociales a la hora de abordar las realidades de este sector de personas que tienen cosmovisiones y valores fuera del universo religioso, como analizábamos en un artículo anterior (Ruiz Andrés 2024). Habitualmente, en gran parte de las narrativas presentes en artículos, informes o reportajes periodísticos los grupos no-religiosos son retratados como un “espacio vacío”. Sin embargo, una mirada atenta a esta población nos revela una importante pluralidad en sus perfiles, no sólo por el amplio elenco de distintas posturas que tienen ante lo religioso (en este grupo encontraríamos desde personas antirreligiosas hasta espirituales no-religiosos), sino también por la diversidad de culturas existenciales y de cosmovisiones que habitan en este espacio y que impiden que este sector pueda ser meramente categorizado como un “vacío” religioso. No obstante, y a pesar de estas reflexiones que han sido desarrolladas por la literatura académica en los últimos años, la visión sustractiva –es decir, aquella que presenta a los no-religiosos como la mera la ausencia de la religión y, por tanto, sin necesidad de un reconocimiento específico a nivel social y legal– es la que predomina tanto en parte de las iniciativas de diálogo interreligioso como en los paradigmas teóricos para el estudio del pluralismo en las Ciencias Sociales.

En el caso de los documentos e iniciativas interreligiosos, las personas no-religiosas o se hallan ausentes o son descritas como una alteridad sin rostro, una masa anónima que se presenta como un tercero. Incluso en el caso del Documento de la Fraternidad Humana (2019), uno de los textos –como hemos señalado– más celebrados de diálogo interreligioso en los últimos años, el sector no-religioso se engloba dentro del término “personas de buena voluntad”, sin especificar su diversidad y complejidad. Y aunque se señala la necesidad de trazar un puente entre las personas religiosas y otras maneras de ver el mundo, el documento ubica a este grupo en un segundo plano frente a la centralidad que otorga a “la reconciliación y a la fraternidad entre todos los creyentes”.

Esta aproximación genérica también se encuentra en debates teóricos que, a pesar de su potencialidad, como la postsecularización (Ruiz Andrés 2022), continúan anclados en un pluralismo limitado al reconocimiento de la diferencia religiosa, obviando -por tanto- la diversidad existente en el sector no-religioso. Las principales aportaciones del pensamiento postsecular enfocan sus reflexiones en el diálogo entre modernidad y religiones, su contribución a la democracia y la necesidad de marcos para la protección y el reconocimiento de la diversidad religiosa. Sin embargo, la heterogeneidad de las personas no-religiosas queda difuminada dentro del amplio y abstracto término de “la sociedad secular”.

Ante las limitaciones que hemos presentado, emerge el reto del diálogo interconviccional, que constituye –a la vez– una cuestión de relevancia académica, pues supone un replanteamiento de nuestras nociones de pluralismo, y de importancia social. Respecto a la urgencia social, no podemos ignorar que durante los últimos años la polarización creciente de parte de las sociedades de nuestro mundo engloba también al binomio “religión vs. secularidad”, que se ha politizado crecientemente. Así pues, en el caso de Estados Unidos vemos cómo la religión ha devenido un importante factor diferencial entre aquellos que votan por los republicanos y los que votan por el partido demócrata, y un elemento esencial para comprender el derrotero político de este país en los últimos años (Díez Sarasola 2024). Esta es una muestra más de que si el diálogo interreligioso no se abre al diálogo con otras cosmovisiones no-religiosas, puede acabar convirtiéndose en un instrumento limitado para la prevención de la creciente fractura de la cohesión y del consenso en nuestras sociedades.

Para hacer efectiva la apertura hacia el diálogo interconviccional, deviene imprescindible -tanto por parte del sector político como de los diferentes actores que han protagonizado los encuentros interreligiosos- la mayor consideración social y legal de la pluralidad del sector no-religioso, la protección de su diversidad en un marco de igualdad profunda (deep equality) y la generación de puentes dialógicos entre las diferentes cosmovisiones religiosas y no religiosas a través del fomento de iniciativas de encuentro interconviccional. Respecto a esta última línea tenemos ejemplos que han ido desbrozando ya el sendero que transita del diálogo interreligioso al interconviccional. Por ejemplo, la “Carta por la Compasión” (Charter for Compassion), promovida por la reconocida investigadora Karen Armstrong, aúna asociaciones y grupos que, desde distintas cosmovisiones –religiosas y no-religiosas– han efectuado un compromiso explícito por la cultura de la compasión y la justicia social. Igualmente, en abril del año 2021, y a iniciativa de la Unión Budista Europea (EBU) y la Conferencia de Iglesias Europeas (CEC), se ha creado el Comité de Diálogo Interreligioso e Interconviccional dentro del marco del Consejo de Europa.

En definitiva, el diálogo interconviccional no sólo supone una necesidad derivada de las profundas transformaciones sociorreligiosas de los últimos años, sino que constituye –a la vez– un paso lógico en la apertura del propio diálogo interreligioso. Como nos recuerda Panikkar, el diálogo posee un carácter infinito, pues siempre se encuentra abierto a incorporar nuevas voces y posturas. Desde este prisma, si el diálogo interreligioso –que ha realizado y realiza contribuciones fundamentales en pro de la convivencia– se cierra a esta pluralidad que compone nuestro mundo global, corre el riesgo de devenir finito y, por tanto, un instrumento limitado e incompleto para responder a la realidad y a los retos de una sociedad que más que religiosa o irreligiosa es, ante todo, plural.

Por tanto, y reformulando la frase de Hans Küng con la que comenzábamos nuestro texto, hoy concluimos señalando que no sólo no habrá paz sin diálogo entre las religiones, sino que no habrá entendimiento en nuestro mundo y en nuestras sociedades sin el diálogo entre las diferentes cosmovisiones.

Cómo citar este artículo

Ruiz Andrés, Rafael, "El reto del diálogo interconviccional en el siglo XXI", Cuestiones de Pluralismo, Vol. 5, nº1 (primer semestre de 2025). https://doi.org/10.58428/ICTR5754

Para profundizar

  • Barnes, L. Philip. (2021). “The Commision on Religious Education, Worldviews and the Future of Religious Education”. British Journal of Educational Studies70(1), 87–102. https://doi.org/10.1080/00071005.2021.1871590
  • Beaman, Lori G. (2017). Deep Equality in an Era of Religious Diversity. Oxford: Oxford University Press.
  • Bouma, Gary, Halafoff, Anna y Barton, Greg (2022). “Worldview complexity: The challenge of intersecting diversities for conceptualising diversity”. Social Compass, 69(2), pp. 186–204. https://doi.org/DOI: 10.1177/00377686221079685.
  • Hutchings, Tim, Benoit, Céline and Shilitoe, Rachael (2022). “Religion and Worldviews: The Way Forward? Considerations from the study of religion, non-religion and classroom practice”. Journal of the British Association for the Study of Religions, (23), pp. 8–28. https://doi.org/10.18792/jbasr.v23i0.54
  • Panikkar, Raimon (2003). El diálogo indispensable. Paz entre las religiones. Barcelona: Ediciones Península.

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