Las personas no identificadas con opciones de conciencia religiosa, que en adelante denominaré “no religiosas”, constituyen un importante sector de la sociedad española, que -además- ha experimentado un crecimiento vertiginoso en las últimas décadas.
Según los datos del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), si en el año 2000 apenas rebasaban el 13% de la población, en la actualidad un 40% (39,3% en el barómetro de mayo de 2024) de los encuestados se declaran no religiosos en las diferentes modalidades que contempla la encuesta: “agnóstico/a” (que el propio CIS define como aquellos que “no niegan la existencia de Dios, pero tampoco la descartan”) “indiferentes / no creyentes” y ateo/a (que -de nuevo en palabras del CIS- “niegan la existencia de Dios”). En el caso de las cohortes más jóvenes, el grupo no religioso asciende hasta el 60% del total (en el barómetro de mayo de 2024 la cifra era del 57% para los jóvenes comprendidos entre 18 y 24 años, la franja etaria más joven del estudio), lo que nos confirma la importancia de la variable generacional para comprender el avance del proceso de secularización en España.
En perspectiva comparada podemos decir que España no constituye una excepción respecto al resto de Europa occidental. La socióloga Nadia Beider nos advierte que desde el inicio del siglo XXI hasta 2022, fecha en la que escribe su artículo (Beider 2022), la población no religiosa se ha triplicado en el conjunto de Europa occidental, sin olvidar el alcance de los procesos de secularización en otros contextos de nuestro mundo global, como Chile, que también ha experimentado una acentuada transformación sociorreligiosa en los últimos años.
Son muchas las razones que pueden explicar este crecimiento de la no-religión. El siglo XXI ha venido de la mano con cambios de profundo calado en nuestras sociedades: digitalización, globalización, flujos de seres humanos, ideas y culturas que transitan por un mundo que es cada vez más abierto, por más que haya empeños en erigir nuevas fronteras. Todas estas cuestiones, sin duda, tienen un importante impacto en parte de las tradiciones religiosas, que en cierto modo se han visto forzadas a adecuar sus planteamientos, ritos y contenidos a este marco en continuada metamorfosis.
En el interesante libro None of the Above Nonreligious Identity in the US and Canada, publicado en el año 2020, Joel Thiessen y Sarah Wilkins-Laflamme nos revelan razones adicionales -en este caso desde el contexto de Estados Unidos y Canadá, pero aplicables a otros países- para comprender el aumento del sector no religioso: una mayor aceptación social de la no-religión en sociedades cada vez más pluralistas y en las que las lógicas de monopolio religioso tienen -por lo general- una fuerza menguante; una reacción ante la conservadurización de determinadas posiciones religiosas que han alcanzado gran eco en debates mediáticos y la creciente socialización irreligiosa. Respecto a este último punto, esencial para el estudio del auge de la no-religión, la II Encuesta sobre opiniones y actitudes de los españoles ante la dimensión cotidiana de la religiosidad y su gestión pública, elaborada por el Observatorio del Pluralismo Religioso en España, ya ponía de manifiesto en 2013 que el 61% de los menores de 35 años no pretendía educar a sus hijos en ninguna religión. Aunque el caso español posee convergencias y similitudes con otras situaciones, como las que exploran Thiesen y Wilkins-Laflamme, España presenta una particularidad respecto al resto de experiencias: la celeridad del cambio. Según el Pew Research Center, en un informe realizado en el año 2018, España es uno de los tres países de Europa que más rápido se está secularizando.
De manera apenas advertida, el paisaje sociorreligioso español se ha transformado intensamente en los primeros años de un siglo XXI que sólo ha dado sus primeros pasos. A la hora de hablar de diversidad religiosa, habitualmente nos centramos en las distintas comunidades religiosas que coexisten en España. Sin duda, este crecimiento del pluralismo religioso ha implicado una metamorfosis fundamental del rostro sociorreligioso del país, y su mejor conocimiento redunda en una mayor riqueza del retrato de la sociedad española. Sin embargo, en ocasiones podemos ignorar que esta diversidad se encuentra igualmente compuesta por un creciente sector no-religioso, que es también profundamente diverso y plural, pero que con frecuencia sigue siendo englobado bajo etiquetas imprecisas y homogeneizantes. En la actualidad, el análisis de la no-religión constituye un desafío múltiple para nuestras categorías académicas y sociales, que en las próximas líneas concretaremos en tres dimensiones: el término que empleamos para estudiar esta realidad, su diversidad interna y la comprensión de la no-religión más allá de su postura frente a lo religioso.