SECULARISMO Y REVOLUCIÓN TRANQUILA
El papel de la religión en la esfera pública de la Belle Province ha sido siempre uno de los principales ejes del debate político en la provincia francófona de Canadá. Desde la década de los sesenta del siglo pasado, la región de Quebec ha experimentado una evolución continua de la relación de la religión con el Estado, que comenzó con un primer proceso de secularización de la sociedad y la política con la llamada Revolución Tranquila, el período de separación de la Iglesia y el Estado que se produjo en Quebec durante el mandato del Partido Liberal de Quebec (PLQ) que, liderado por Jean Lesage, quiso implementar un programa político modernizador tras años de gobierno de los conservadores. El proceso comenzó en 1960 tras la llegada al poder del PLQ y finalizó en algún momento entre 1966, año de elecciones provinciales, y la Crisis de Octubre de 1970, un violento episodio de terrorismo separatista que ocurrió en la región de Quebec. Durante aquel periodo de transformación social, apodado de aquella manera por el carácter sosegado de los cambios que se produjeron, y a pesar de su violento final, la sociedad quebequesa rompió con el eje Iglesia-Estado imperante hasta el momento y que impregnaba la vida e identidad de Quebec. Hasta entonces, la alianza del Estado con la Iglesia católica era total, una relación simbiótica consolidada desde hace años como postura defensiva frente a la mayoría de la cultura anglófona y el protestantismo del resto de Canadá. La penetración de la Iglesia católica en las instituciones quebequenses era absoluta, y el Estado podía considerarse por entonces prácticamente teocrático. Después de la revolución, que coincidió en una época en la que Occidente estaba tratando de deshacerse del puritanismo y el autoritarismo religioso por una mayor libertad e igualdad social, la sociedad quebequense apostó por su secularización, y trató de expulsar de todos los niveles sociales la presencia de la Iglesia católica.
Con la transformación política y social hacia un Estado más secular, también el nacionalismo francófono comenzó a experimentar un cambio y evolución dogmática. De su tradicional alianza con la Iglesia católica para defenderse del protestantismo anglófono, una vez que la religión quedó apartada de lo público, el nacionalismo quebequés buscó nuevas formas de establecer una nueva base doctrinal. Para ello apostó por desarrollar una identidad fundamentalmente quebequense, constituida sobre todo en una cultura francófona y en la lengua francesa, y con posturas aún más anticlericales que abogaban por una separación más acentuada de la religión y el Estado que llevaran a la instauración de una sociedad claramente laica. Este cambio fue también clave en su relación con el resto de Canadá. El nuevo nacionalismo francófono pasó de su resistencia dentro del federalismo canadiense, desde una postura quietista y de supervivencia, a esgrimir una fuerte posición soberanista de diferenciación y separación hacia el intento de consecución de un Estado propio. Con los años, la concienciación social de la singularidad de Quebec como nación fue creciendo, y fruto de ello fueron los dos únicos referendos sobre la independencia de la región que se han celebrado hasta ahora, uno en 1980 y otro, que perdieron por muy poco, en 1995.
Antes de la celebración del primero de los referendos, durante la década de 1970 se adoptó por primera vez en Canadá el multiculturalismo como política oficial a nivel federal, lo que venía a imponer el modelo anglófono como modelo de gestión de la diversidad en todo el país, incluido Quebec. Para la provincia francófona, la apuesta por el multiculturalismo se veía como una imposición ideológica del resto de la sociedad canadiense. Aunque también por parte de algunos autores anglófonos se vertieron críticas hacia el modelo multicultural, por el peligro de fomentar guetos y encapsular a las culturas hasta reducirlas a mero folclore, las descalificaciones más fuertes hacia el multiculturalismo procedieron sobre todo de académicos y políticos de Quebec, quienes consideraban que el modelo era un Caballo de Troya de una identidad anglocanadiense. Es decir, detrás del diseño del multiculturalismo como modelo de gestión de la diversidad cultural había en realidad una estrategia para consolidar la identidad canadiense y negar la existencia de la nación quebequense. No obstante, en general ninguno de los críticos rechazaba la diversidad en sí, sino más bien su modelo de gestión, uno que no tenía en cuenta la prexistencia de una comunidad política en Quebec. A pesar del rechazo, finalmente el multiculturalismo tomó forma jurídica con la aprobación en 1988 de la Canadian Multiculturalism Act o Loi sur le multiculturalisme canadien, que obligaba a las instituciones canadienses a diseñar sus políticas públicas teniendo en cuenta la realidad multicultural del país y, concretamente, la existencia de varias nacionalidades y dos lenguas oficiales.
Tras las políticas migratorias de los sesenta y setenta que buscaron la mano de obra necesaria para mantener el crecimiento económico del país, ya entrada la década de los noventa comenzó a ser palpable el aumento masivo de la diversidad cultural, sobre todo de origen no europeo, algo que también fue significativo en la provincia de Quebec. Los nuevos quebequenses, que por entonces mostraban un fuerte compromiso por la unidad canadiense, fueron por entonces fuertemente cortejados por el nacionalismo quebequés del Parti Québécois (PQ), para quienes la afiliación o identidad religiosa no era por entonces un problema. Para ello tuvieron que transformar la percepción de su electorado natural, y pasar de buscar al "québécois de souche" o quebequenses "pure laine", a presentar un proyecto nacionalista completamente cívico que aglutinara a cualquier ciudadano independientemente de su procedencia étnica. Fruto de ese acercamiento fue el ajustado resultado del referendo de secesión, que parecía plantear la posibilidad de otra consulta en un futuro cercano, aunque ya por entonces acusaran de la derrota al “voto étnico”. Así, y según fueron pasando los años, el entusiasmo secesionista se fue diluyendo entre el electorado quebequés, y ya en 2003 los liberales del PLQ (Parti libéral du Québec), de clara tendencia federalista, tomaron el relevo político de la provincia.
Durante esta época, la falta de entusiasmo por un tercer refrendo de independencia empujó al PQ a reorientar de nuevo el nacionalismo quebequés, alejándose de la búsqueda de la autodeterminación y centrándose más en cuestiones lingüísticas, culturales e identitarias propias de la región. Es decir, aunque el secesionismo tenía un apoyo amplio entre la ciudadanía francófona de Quebec, el nacionalismo quebequés se hacía más inclusivo para intentar aumentar la base de su apoyo electoral, de modo que no fueran vistos como unos nacionalistas étnicos. Pero cuando el apoyo al soberanismo empezó a declinar notablemente, los partidos nacionalistas comenzaron de nuevo a replegarse sobre cuestiones lingüísticas e identitarias, lo que afectaría de nuevo a la discusión sobre el papel de la religión en la esfera pública.