La República Italiana, un Estado laico, a pesar de todo

Cuestiones de pluralismo, Volumen 4, Número 2 (2º Semestre 2024)
30 de Octubre de 2024
DOI: https://doi.org/10.58428/WUTE3720

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Por Alessandro Ferrari

La laicidad no figura en el texto de la Constitución italiana. Es introducida por la Corte Constitucional como “principio supremo del orden constitucional” en 1989. Desde entonces la laicidad constitucional ha recorrido sin duda un largo camino: queda por ver si llegará, y cuánto más lejos, en un contexto en el que tanto la distinción de órdenes como la antigua bilateralidad concordataria y la clara visibilidad jurídica de un factor religioso específico parecen disolverse como ecos de épocas pasadas.


 

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Como en España, la laicidad no figura en el texto de la Constitución en Italia. Durante el debate constituyente, nadie había evocado la constitucionalización de lo que en aquel momento parecía una idea política con tintes anticlericales, impropia de un texto comprometido más bien con trasladar al nuevo orden republicano el Tratado y el Concordato concluidos por el régimen fascista con la Santa Sede, los llamados Pactos de Letrán de 1929. Pero fue precisamente esta última operación -completada con el artículo 7 de la Constitución- la que vino acompañada de la consagración de un amplio derecho a la libertad religiosa y de conciencia (artículo 19); la prohibición de discriminación de fines religiosos (artículo 20) y el reconocimiento de la autonomía confesional y de la posibilidad de relaciones bilaterales con el Estado también a las confesiones religiosas distintas de la católica, todas ellas consideradas, como ésta y junto con ella, "igualmente libres ante la ley" (art. 8, 1 Const.).

La excepcional atención reservada por la Constitución italiana al fenómeno religioso, al que se dedican no menos de cuatro artículos, que constituyen otras tantas especificaciones de los principios fundamentales contenidos en los artículos 2 y 3, expresa claramente la importancia del factor religioso en la definición de la identidad de la nueva democracia constitucional. Así, mientras que el nuevo sistema de libertad religiosa muy pronto llevó a considerar incompatible con el nuevo ordenamiento, y, por ello, implícitamente derogado, el principio confesional del catolicismo como religión del Estado contenido en el Estatuto del Reino de Italia -pero también mencionado en el Art. 1 del Tratado de Letrán garantizado por la nueva Constitución-, la interpretación sistemática de los seis artículos de la Constitución que se acaban de mencionar (2, 3, 7, 8, 19 y 20) permitió al Tribunal Constitucional explicitar la laicidad como elemento que estructura la identidad de la nueva República, como "principio supremo del orden constitucional" (sentencia nº 203 de 1989). En particular, distanciándose de cierto laicismo ideológico y anticlerical de origen decimonónico, el Tribunal se decantó por definir la laicidad constitucional como "no la indiferencia del Estado hacia las religiones, sino la garantía del Estado de salvaguardar la libertad religiosa, en un régimen de pluralismo confesional y cultural" (ibíd.).

El "descubrimiento" de la laicidad constituye el punto culminante de una argumentación con la que los jueces salvaron de ser impugnada por inconstitucional la norma sobre la enseñanza de la religión católica en las escuelas públicas contenida en el nuevo concordato estipulado entre el Estado y la Santa Sede en 1984. En concreto, el asunto debatido ante el Tribunal se refería al carácter facultativo de esta enseñanza, a la libertad de su elección y a la posible discriminación de los alumnos que no asistían a la llamada hora de religión.  Puede parecer sorprendente que la laicidad se descubriera precisamente en esta coyuntura y precisamente para salvar la presencia monopolística de la Iglesia católica en el sistema educativo público. Sin embargo, sin laicidad o, mejor dicho, sin un "principio supremo", los jueces no habrían podido examinar la cuestión y, sobre todo, no habrían podido ofrecer la lectura pluralista del sistema constitucional de libertad religiosa que surgió precisamente gracias a este invento. De hecho, fue el propio Tribunal Constitucional, con la sentencia nº 30 de 1971, el que había establecido que las normas concordatarias sólo podían ser objeto de un juicio de constitucionalidad sobre la base de lo que los mismos jueces constitucionales habrían identificado como "principios supremos del ordenamiento constitucional". Por eso, en 1989, ante un recurso que alegaba la violación de la libertad religiosa y de conciencia (artículos 2 y 19) y de la igualdad (artículo 3) entre los estudiantes, el Tribunal, para ejercer el control sobre la norma concordataria impugnada, tuvo que identificar un nuevo principio supremo que representara la quintaesencia de los derechos garantizados por esos artículos. Esta función se atribuyó a la laicidad, que pasó así a proteger tanto la plena libertad e igual dignidad de las manifestaciones -religiosas y no religiosas- de la conciencia individual, como la prohibición de discriminación y el pluralismo como exclusión de cualquier monopolio confesional y/o cultural y la legitimidad de tratamientos diferenciados que, sobre la base del principio de igualdad razonable, permiten reconocer -mediante legislación bilateral- la especificidad de las (diferentes) identidades confesionales y no confesionales.

Por lo tanto, la laicidad italiana no nació de la separación -como en Francia-, sino del concordato y, más precisamente, de la distinción de órdenes distintos (religioso y laico) y de sus relaciones. Al integrar en una lectura sistemática la protección de la libertad de conciencia individual y el reconocimiento del pluralismo (también) institucional, la laicidad italiana ofrece una interpretación armónica y no jerárquica de todas las normas constitucionales en materia "religiosa", evitando que la voluntad del Estado de reconocer órdenes jurídicos confesionales externos e independientes con los que estar (como en el caso de la Iglesia católica) o poder estar en relación (como en el caso de otras confesiones religiosas) dé lugar a un sistema de privilegios.

Con el tiempo, la jurisprudencia constitucional ha derivado de la laicidad nuevos corolarios con los que ha limpiado el ordenamiento jurídico de las más pesadas incrustaciones del pasado y sancionado ciertos retrocesos en la identidad del legislador republicano, especialmente el autonómico. La laicidad como fundamento de la protección de la libertad de conciencia de cada persona, con independencia de sus convicciones o creencias, fue utilizado para declarar la inconstitucionalidad de las normas sobre protección penal de los cultos que se remontaban a la época fascista, que reservaban una protección diferenciada y preferente al bien jurídico "religión de Estado" (véanse las sentencias nº 203 de 1989; 13 de 1991; 440 de 1995 y 329 de 1997). La laicidad como distinción entre el "orden" de los asuntos civiles y el "orden" de los asuntos religiosos" condujo a la ilegitimidad de las normas sobre el juramento, que se consideraron expresión de una utilización ya no permitida de la religión, sus prácticas y símbolos para fines propios del orden político del Estado (véase la sentencia 334 de 1996 y, anteriormente, la sentencia 149 de 1995). La laicidad como autonomía confesional ha prohibido a los poderes públicos y privados intervenir invasivamente en la vida interna de los grupos religiosos, imponiendo la exclusión de todo jurisdiccionalismo y el deber de imparcialidad y equidistancia frente a éstos (véanse las sentencias nº 259 de 1990 sobre autonomía confesional de las comunidades judías; nº 329 de 1997 sobre protección penal del sentimiento religioso y nº 254 de 2019 sobre edificaciones religiosas). Por último, como ya se ha mencionado, la laicidad ha permitido interpretar las relaciones entre el Estado y las confesiones religiosas a la luz del principio de igualdad razonable e igual libertad, sancionando los intentos de utilizar la existencia de acuerdos o entendimientos para restringir la libertad de los grupos religiosos fuera del circuito bilateral (véanse, en particular, las sentencias nº 235 de 1997 en materia fiscal; nº 508 de 2000 sobre protección penal y nº 346 de 2002 sobre edificios religiosos). Así, la "no indiferencia del Estado hacia la experiencia religiosa" expresada por el principio supremo de laicidad ha llegado a constituir una "protección general del pluralismo, en apoyo de la máxima expansión de la libertad de todos, según criterios de imparcialidad" garantizando, en particular, "la libertad religiosa" como "un aspecto de la dignidad de la persona humana, reconocido y declarado inviolable por el artículo 2 de la Constitución" (cf., en particular, las sentencias nº 235 de 1997 en materia fiscal; nº 508 de 2000 en materia penal y nº 344 de 2002 en materia de edificios religiosos), en particular, las sentencias nº 203 y 334 de 1989 y 1996 y, todas ellas relativas a edificios religiosos, las sentencias nº 193 de 1995; 346 de 2002; 63 de 2016; 67 de 2017 y 254 de 2019).

La laicidad constitucional representa un hito en la historia de la libertad religiosa en Italia, un principio capaz de insertar el papel históricamente asumido por la Iglesia católica en el país dentro de un proyecto de ley de libertad religiosa atento a las necesidades del pluralismo religioso contemporáneo. Extraído por los jueces del conjunto de normas constitucionales sobre libertad religiosa (artículos 7, 8, 19 y 20) orientadas en función del respeto de los derechos inviolables de la persona (artículo 2) y del principio de igualdad (artículo 3), intenta conciliar continuidad (la raíz católica encarnada en los Pactos de Letrán y la tradición concordataria) y cambio (pluralismo). Al tiempo que salvaba y relegitimaba, en nombre de la laicidad, el Concordato de 1984, el Tribunal Constitucional lo ha situado, gracias precisamente a la referencia a este principio, en una dinámica de afirmación progresiva del pluralismo orientada a la maximización universalista de los derechos.

Como es fácil adivinar, no se trata de un camino fácil, ya que la laicidad constitucional está en relación inmediata con el ejercicio de la soberanía estatal en una materia -la religiosa- en la que los límites a la discrecionalidad política son difíciles de operar y no siempre bien aceptados. Por tanto, el éxito de la aplicación de este principio depende en gran medida de su metabolización por el Parlamento y el Gobierno. Ahora bien, la laicidad del derecho italiano tiene su origen en una laicidad jurisprudencial, fruto de la hermenéutica de los jueces constitucionales. Aunque tomada, como toda decisión jurisprudencial, "en nombre del pueblo italiano", la laicidad italiana no es una laicidad legislativa, expresión de un equilibrio político y, a pesar de las ya numerosas intervenciones sobre el tema del Tribunal Constitucional, tiene dificultades para entrar en sede parlamentaria. Las razones de esta situación son múltiples. El desapego de la sociedad italiana hacia fórmulas percibidas como abstractas y potencialmente perjudiciales para el nacionalcatolicismo; el débil reformismo de las clases dirigentes y, más recientemente, el desinterés político en torno a las "cuestiones religiosas" y las sirenas populistas que atraen a los políticos mucho más que la laicidad constitucional. De este modo, la laicidad, de ser el "principio supremo" que rige la política y el derecho a la libertad religiosa, destinado a ser operativo ex ante, corre el riesgo de quedar reducido a un instrumento de control ex post que sólo es posible y muy costoso para quienes se apoyan en él, acabando por alimentar las tensiones y los contrastes entre el poder judicial y la representación política. Privado de una definición autentificada incluso por la política, la laicidad constitucional se encuentra expuesta a las expectativas más diversas y opuestas que hacen recaer sobre los hombros de los jueces todo el peso del reformismo o, al contrario, la legitimación de una preservación antipluralista del sistema. En otras palabras, la laicidad, lejos de encarnar las ambiciones de un Estado constructor de sociedad, desempeña, mucho más modestamente, el papel de un correctivo jurisprudencial atento a las transformaciones religiosas y culturales del país.

En una Italia educada del catolicismo al  papel público-institucional de las religiones, la falta de protagonismo político-legislativo ha evitado, sin duda, las patologías de neutralidad que han transfigurado la laicidad francesa (nunca se ha promulgado ninguna ley anti-velo), así como otras posibles desviaciones de la dirección pluralista de la laicidad constitucional que podrían haberse manifestado en un contexto largamente pensado como monoconfesional (ninguna ley sobre la exhibición obligatoria del crucifijo ha reforzado la vieja normativa de la época fascista que fundamentaba su presencia en las escuelas públicas y fueron las Secciones Unidas del Tribunal de Casación con la sentencia de 9 de septiembre de 2021, nº 24414, en nombre de la laicidad, las que sancionaron una interpretación de ésta que, sin establecer su derogación y sin prohibir en absoluto la presencia de este símbolo religioso, censuró su interpretación más ostensible, la de la obligatoriedad, salvaguardando los derechos de todos los componentes de la comunidad escolar). Pero, al mismo tiempo, esta inercia legislativa también ha dificultado que el creciente pluralismo religioso de la sociedad se traduzca en una "ampliación de la libertad de todos", como exige la jurisprudencia constitucional. Esto es particularmente evidente en la dificultad de recurrir a la laicidad para acortar la distancia que se ha creado entre las confesiones "pactadas", que entraron en relaciones con el Estado a través del concordato, y los grupos religiosos, todavía regulados por la legislación de 1929 sobre "cultos admitidos". A la indiferencia del Gobierno y del Parlamento para elaborar un marco jurídico general adecuado y constitucionalmente conforme para el ejercicio del derecho de libertad religiosa y para regular el acceso al derecho bilateral, se une la falta de voluntad de los jueces constitucionales de remitirse a la laicidad tanto para (intentar) extender a todas las confesiones religiosas que deseen acogerse a las medidas de fomento contenidas en el derecho bilateral pero que no responden a las especificidades confesionales y, por tanto, al canon de igualdad razonable, como para limitar la absoluta discrecionalidad política que caracteriza el "procedimiento" -desde el inicio de las negociaciones- para la estipulación de acuerdos entre el Estado y las confesiones religiosas (cf. sentencias nº 86 de 1985; nº 178 de 1996; nº 235 de 1997 y sentencia nº 52 de 2016).

Desde 1989, la laicidad constitucional ha recorrido sin duda un largo camino: queda por ver si llegará, y cuánto más lejos, en un contexto en el que tanto la distinción de órdenes como la antigua bilateralidad concordataria y la clara visibilidad jurídica de un factor religioso específico parecen disolverse como ecos de épocas pasadas.

Cómo citar este artículo

Ferrari, Alessandro, "La República Italiana, un Estado laico, a pesar de todo", Cuestiones de Pluralismo, Vol. 4, nº2 (segundo semestre de 2024). https://doi.org/10.58428/WUTE3720

Para profundizar

  • Barbera, Augusto (2023). Laicità. Alle radici dell’Occidente. Bolonia: Il Mulino.
  • Berlingò, Salvatore (2007). “Laicità e concordato”. Stato, Chiese e pluralismo confessionale.
  • Casuscelli, Giuseppe (2007). “Le laicità e le democrazie: la laicità della “Repubblica democratica” secondo la Costituzione italiana”. Quaderni di diritto e politica ecclesiastica, 1: 169-202.
  • Colaianni, Nicola (2017). La lotta per la laicità. Stato e Chiesa nell’età dei diritti. Bari: Cacucci.
  • Colaianni, Nicola (2020). “Trent’anni di laicità (Rileggendo la sentenza n. 203 del 1989 e la successiva giurisprudenza costituzionale)”. Stato, Chiese e pluralismo confessionale, 21: 52-66.
  • Dalla Torre, Giuseppe (2007). Lessico della laicità. Roma: Studium.
  • Pasquali Cerioli, Jlia (2023). “Laicità”. Stato, Chiese e pluralismo confessionale, 2: 83-92.

LA REPUBBLICA ITALIANA, UNO STATO LAICO, NONOSTANTE TUTTO

La laicità non compare nel testo della Costituzione italiana. È stata introdotta dalla Corte costituzionale come “principio supremo dell'ordinamento costituzionale” nel 1989. Da allora, la laicità costituzionale ha certamente compiuto un considerevole cammino: resta da vedere se e quanto ne percorrerà ancora in un contesto in cui sia la distinzione degli ordini sia l’antica bilateralità concordataria sia la chiara visibilità giuridica di uno specifico fattore religioso sembrano dissolversi quali echi di epoche ormai tramontate.

Come in Spagna, anche in Italia la laicità non compare nel testo della Costituzione. Durante il dibattito costituente nessuno aveva evocato la costituzionalizzazione di quella che sembrava a quei tempi un’idea politica dalle tinte anticlericali, inidonea ad un testo impegnato piuttosto a traghettare nel nuovo ordinamento repubblicano il Trattato ed il Concordato conclusi dal regime fascista con la Santa Sede, i cd. Patti lateranensi del 1929. Tuttavia, proprio quest’ultima operazione – portata a termine con l’art. 7 della Costituzione - si è accompagnata alla consacrazione di un ampio diritto di libertà di religione e di coscienza (art. 19); al divieto di discriminazione delle finalità religiose (art. 20) e al riconoscimento dell’autonomia confessionale e della possibilità di relazioni bilaterali con lo Stato anche per le confessioni religiose diverse dalla cattolica, tutte considerate, al pari di ed insieme a quest’ultima, «ugualmente libere davanti alla legge» (art. 8, 1 Cost.). L’eccezionale attenzione riservata dalla Costituzione italiana al fenomeno religioso, a cui sono dedicati ben quattro articoli che costituiscono altrettante specificazioni dei principi fondamentali contenuti negli articoli 2 e 3, esprimeva chiaramente l’importanza del fattore religioso nella definizione dell’identità della nuova democrazia costituzionale. Così, mentre il nuovo sistema della libertà religiosa ha molto presto portato a ritenere incompatibile con il nuovo ordinamento e, perciò, implicitamente abrogato, il principio confessionista del cattolicesimo come religione dello Stato contenuto nello Statuto del Regno d’Italia - ma anche richiamato dall’art. 1 del Trattato lateranense appena garantito dalla nuova Costituzione - proprio l’interpretazione sistematica dei sei articoli della Costituzione appena menzionati (2, 3, 7, 8, 19 e 20) ha consentito alla Corte costituzionale di esplicitare la laicità come elemento strutturante dell’identità della nuova Repubblica, come «principio supremo dell’ordinamento costituzionale» (sentenza n. 203 del 1989). In particolare, prendendo le distanze da certa laicità ideologica e anticlericale di matrice ottocentesca, la Corte ha declinato la laicità costituzionale come «non indifferenza dello Stato dinanzi alle religioni ma garanzia dello Stato per la salvaguardia della libertà di religione, in regime di pluralismo confessionale e culturale» (ibid.).

La “scoperta” della laicità costituisce il climax di un’argomentazione con i cui giudici hanno salvato dalla contestazione di incostituzionalità la norma sull’insegnamento della religione cattolica nelle scuole pubbliche contenuta nel nuovo concordato stipulato tra lo Stato e la Santa Sede nel 1984. In particolare, il caso discusso davanti alla Corte riguardava la facoltatività di tale insegnamento, la libertà della sua scelta e l’eventuale discriminazione per gli studenti che non avessero frequentato la cd. ora di religione.  Può apparire sorprendente che la laicità sia stata scovata proprio in questo frangente e proprio per salvare la presenza monopolistica della Chiesa cattolica all’interno del sistema educativo pubblico. Tuttavia, senza la laicità o, meglio, senza un «principio supremo», i giudici non avrebbero potuto esaminare la questione e, soprattutto, non avrebbero potuto offrire la lettura pluralistica del sistema costituzionale di libertà religiosa emersa proprio grazie a questa invenzione. Infatti, proprio la Corte costituzionale, con la sentenza n. 30 del 1971, aveva stabilito che le norme concordatarie potessero essere sottoposte a giudizio di costituzionalità soltanto sulla base di quelli che i medesimi giudici costituzionali avrebbero individuato come «principi supremi dell’ordinamento costituzionale». Ecco perché nel 1989, a fronte di un ricorso che lamentava la violazione della libertà religiosa e di coscienza (artt. 2 e 19) e dell’uguaglianza (art. 3) tra studenti, la Corte, per esercitare il controllo sulla norma concordataria contestata, doveva individuare un nuovo principio supremo che rappresentasse la quintessenza dei diritti garantiti da quegli articoli. Questa funzione è stata attribuita alla laicità che è venuta, così, a tutelare sia la piena libertà e pari dignità delle manifestazioni - religiose e non - della coscienza individuale sia il divieto di discriminazioni sia il pluralismo come esclusione di ogni monopolio confessionale e/o culturale sia la legittimità di trattamenti differenziati che, sulla base del principio di uguaglianza ragionevole, consentano il riconoscimento – attraverso la legislazione bilaterale - della specificità delle (differenti) identità confessionali e non confessionali. Dunque, la laicità italiana non è nata dalla separazione – come in Francia – ma, piuttosto, dal concordato e, più precisamente, dalla distinzione degli ordini distinti (religioso e secolare) e dalle loro relazioni. Integrando in una lettura sistematica tutela della libertà di coscienza individuale e riconoscimento di un pluralismo (anche) istituzionale, la laicità italiana offre un’interpretazione armonica e non gerarchica di tutte le norme costituzionali in materia “religiosa”, evitando che la disponibilità dello Stato a riconoscere ordinamenti giuridici confessionali esterni ed indipendenti con cui essere (come nel caso della Chiesa cattolica) o poter essere in relazione (come nel caso delle altre confessioni religiose) dia luogo ad un sistema di privilegi.

Con il tempo, la giurisprudenza costituzionale ha ricavato dalla laicità nuovi corollari con cui ha ripulito l’ordinamento giuridico dalle incrostazioni più pesanti del passato e ha sanzionato taluni ripiegamenti identitari del legislatore repubblicano, specie di quello regionale. La laicità come fondamento della protezione della libertà di coscienza di ciascuno, indipendentemente dalla propria convinzione o dal proprio credo, è stata utilizzata per dichiarare l’incostituzionalità delle norme sulla tutela penale dei culti risalenti all’epoca fascista che riservavano al bene giuridico «religione dello Stato» una tutela differenziata e preferenziale (cfr. sentenze n. 203 del 1989; n. 13 del 1991; n. 440 del 1995 e n. 329 del 1997). La laicità come distinzione tra l’«“ordine” delle questioni civili e l’“ordine” delle questioni religiose» ha comportato l’illegittimità delle norme sul giuramento, considerate espressione di un non più consentito uso della religione, delle sue pratiche e dei suoi simboli per finalità rientranti nell’ordine politico dello Stato (cfr. la sentenza n. 334 del 1996 nonché, in precedenza, la sentenza n. 149 del 1995). La laicità come autonomia confessionale ha vietato ai poteri pubblici e privati interventi invasivi nella vita interna dei gruppi religiosi imponendo l’esclusione di ogni giurisdizionalismo ed il dovere di imparzialità ed equidistanza nei confronti di questi ultimi (cfr. le sentenze n. 259 del 1990 sull’autonomia confessionale delle comunità ebraiche; n. 329 del 1997 sulla tutela penale del sentimento religioso e n. 254 del 2019 sull’edilizia di culto). Infine, come si è già accennato, la laicità ha consentito di interpretare le relazioni tra Stato e confessioni religiose alla luce del principio di uguaglianza ragionevole e dell’uguale libertà sanzionando i tentativi di utilizzare l’esistenza di accordi od intese per restringere la libertà dei gruppi religiosi estranei al circuito della bilateralità (cfr., in particolare, le sentenze n. 235 del 1997 in materia tributaria; n. 508 del 2000 in materia di tutela penale e n. 346 del 2002 in materia di edilizia di culto). Così, la «non indifferenza dello Stato di fronte all’esperienza religiosa» espressa dal principio supremo di laicità è venuta a costituire una generale «tutela del pluralismo, a sostegno della massima espansione della libertà di tutti, secondo criteri di imparzialità» garantendo, in particolare, a «[l]a libertà di religione», quale «aspetto della dignità della persona umana, riconosciuta e dichiarata inviolabile dall’art. 2 Cost» (cfr., in particolare, le sentenze n. 203 e n. 334 del 1989 e del 1996 e, tutte in materia di edilizia di culto, le sentenze n. 193 del 1995; n. 346 del 2002; n. 63 del 2016; n. 67 del 2017 e n. 254 del 2019).

La laicità costituzionale rappresenta uno spartiacque nella storia della libertà religiosa in Italia, un principio capace di inserire il ruolo storicamente assunto dalla Chiesa cattolica nel Paese all’interno di un progetto di diritto di libertà religiosa attento alle esigenze del pluralismo religioso contemporaneo. Ricavata dai giudici dall’insieme delle norme costituzionali in materia di libertà religiosa (artt. 7, 8, 19 e 20) orientate in funzione del rispetto dei diritti inviolabili della persona (art. 2) e del principio di uguaglianza (art. 3), essa tenta di conciliare continuità (la radice cattolica incarnata dai Patti lateranensi e dalla tradizione concordataria) e cambiamento (il pluralismo). Pur salvando e rilegittimando, in nome della laicità, l’Accordo concordatario del 1984, la Corte costituzionale lo ha collocato, proprio grazie al riferimento a questo principio, in una dinamica di progressiva affermazione del pluralismo volto alla massimizzazione universalistica dei diritti.

Com’è facile intuire, non si tratta di un percorso facile dal momento in cui la laicità costituzionale si pone in immediata relazione con l’esercizio della sovranità statuale in una materia – quella religiosa – dove i limiti alla discrezionalità politica risultano difficilmente operativi e non sempre ben accetti. Il successo nell’implementazione di questo principio dipende molto, dunque, dalla sua metabolizzazione da parte del Parlamento e del Governo. Ora, la laicità del diritto italiano nasce come laicità giurisprudenziale, frutto dell’ermeneutica dei giudici costituzionali. Benché assunta, come ogni decisione giurisprudenziale, «in nome del popolo italiano», la laicità italiana non è una laicità legislativa, espressione di un bilanciamento politico e, nonostante gli ormai numerosi interventi in materia della Corte costituzionale, essa fatica ad entrare nelle aule parlamentari. Le ragioni di tale situazione sono molteplici. Il distacco della società italiana verso formule percepite come astratte e potenzialmente lesive del cattolicesimo nazionale; il debole riformismo delle classi dirigenti e, più di recente, il disinteresse politico che circonda le “questioni religiose” e le sirene populiste che attraggono i politici assai più della laicità costituzionale. In questo modo, la laicità, da «principio supremo» direttivo della politica e del diritto di libertà religiosa, destinato a una operatività ex ante, rischia di ridursi a strumento di un controllo ex post soltanto eventuale e assai dispendioso per chi vi fa affidamento, finendo per alimentare tensioni e contrasti tra magistratura e rappresentanza politica. Privo di una definizione autenticata anche dalla politica, la laicità costituzionale si trova esposta alle più diverse e opposte aspettative che scaricano sulle spalle dei giudici l’intero onere del riformismo o, al contrario, la legittimazione di una conservazione anti-pluralista del sistema. In altre parole, la laicità, ben lungi dall’incarnare le ambizioni di uno Stato costruttore della società, svolge, ben più modestamente, il ruolo di un correttivo giurisprudenziale attento alle trasformazioni religiose e culturali del Paese. In un’Italia educata dal cattolicesimo al ruolo pubblico-istituzionale delle religioni, il mancato protagonismo politico-legislativo ha certamente evitato le patologie della neutralità che hanno trasfigurato la laicità francese (nessuna legge anti-velo è mai stata emanata)  così come altre possibili deviazioni rispetto alla direttrice pluralista della laicità costituzionale che avrebbero potuto manifestarsi in un contesto pensatosi per lungo tempo come monoconfessionale (nessuna legge sull’obbligatoria affissione del crocifisso ha rafforzato i vecchi regolamenti di epoca fascista che ne fondano la presenza nella scuola pubblica e sono state le Sezioni Unite della Corte di Cassazione, con la sentenza del 9 settembre 2021, n. 24414, in nome della laicità, a sancire un’interpretazione di questi ultimi che, senza stabilirne l’abrogazione e senza vietare in assoluto la presenza di questo simbolo religioso, ne ha censurato l’interpretazione più ostensibile, quella dell’affissione obbligatoria, salvaguardando i diritti di tutte le componenti della comunità scolastica). Nello stesso tempo, però, questa inerzia legislativa ha anche reso più difficile tradurre il crescente pluralismo religioso della società in una «espansione della libertà di tutti» come richiesto dalla giurisprudenza costituzionale. È ciò che emerge con particolare evidenza nella difficoltà a ricorrere alla laicità per accorciare la distanza che si è venuta a creare tra le confessioni “pattizie”, entrate in relazione con lo Stato attraverso il concordato e le intese e i gruppi religiosi ancora regolati dalla legislazione sui “culti ammessi” del 1929. L’indifferenza di Governo e Parlamento nel predisporre un’adeguata e costituzionalmente conforme cornice giuridica generale per l’esercizio del diritto di libertà religiosa e nel regolare l’accesso al diritto bilaterale fa il paio con l’indisponibilità dei giudici costituzionali a riferirsi alla laicità sia per (tentare di) estendere a tutte le confessioni religiose che intendano avvalersene le misure promozionali contenute nel diritto bilaterale ma non rispondenti a specificità confessionali e, dunque, al canone della uguaglianza ragionevole sia per limitare l’assoluta discrezionalità politica che connota la “procedura” – a partire dall’avvio delle trattative - per la stipula delle intese tra lo Stato e le confessioni religiose (cfr. le sentenze n. 86 del 1985; n. 178 del 1996; n. 235 del 1997 e la sentenza n. 52 del 2016).

Dal 1989 la laicità costituzionale ha certamente compiuto un considerevole cammino: resta da vedere se e quanto ne percorrerà ancora in un contesto in cui sia la distinzione degli ordini sia l’antica bilateralità concordataria sia la chiara visibilità giuridica di uno specifico fattore religioso sembrano dissolversi quali echi di epoche ormai tramontate.

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