Desenredar la incomodidad
Aunque abordar las demandas y desafíos planteados desde el activismo LGBTQ+ tiene interés por sí mismo, en la medida en que nos invita a reflexionar sobre la protección de las minorías y la convivencia general en sociedades plurales, la presencia de un imaginario inflamado constituye un obstáculo evidente para esta y para cualquier otra conversación. En este sentido, desenredar la madeja de las exageraciones y las persecuciones requiere tomar los elementos del debate de uno en uno.
Como suele mencionarse a menudo, una primera cuestión a tener en cuenta es que la realidad sociológica detrás de la intersección de religión y diversidad sexual indica que ambas cosas no son enemigas, sino que conviven pacíficamente en la vida de numerosas personas y en las actitudes de las sociedades. De acuerdo con la Encuesta Mundial de Valores, entre quienes consideran la homosexualidad siempre aceptable, es mayor el porcentaje de personas religiosas (55%) en Europa, que las personas sin filiación religiosa con la misma opinión (44%). En España, y según la última encuesta sobre religión, de 2017, sólo el 11% de los creyentes encuentran las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo inaceptables (CIS, Estudio 3194). Además, la encuesta de relaciones sociales y afectivas de 2021 indicaba que un 38% de las personas que se identifican como LGBTQ+ son también personas religiosas (CIS, Estudio 3339). Estos datos pueden interpretarse de muchas formas, pero al menos sirven para explicitar que el presunto antagonismo entre religión y homosexualidad no es un reflejo de la sociedad.
Otro lugar común a la hora de reubicar la discusión sobre la sexualidad entre personas del mismo género consiste en hacer explícito que las distintas religiones han tenido perspectivas históricas diferentes respecto al tema. En las tradiciones basadas en el dharma, el rol de la sexualidad en la vida espiritual tiene matices diferentes de los que se dan en las religiones abrahámicas, incluyendo versiones de lo que en antropología dio en llamarse el tercer género. En distintas épocas, las propias religiones abrahámicas han tenido una actitud indiferente a la homosexualidad, derivada del desinterés espiritual de la sexualidad en general. De hecho, si no fuera por “activistas” de la homofobia como Pedro Cantor en el siglo XII, quizá este tema no se hubiera convertido repetidamente en un motivo de persecución, ni la persecución hubiera llevado a los perseguidos a perseguir, a su vez. También las formas de religiosidad basadas en la naturaleza presentan actitudes de cierta indiferencia ante la homosexualidad y, en algunos casos, también se reconocen más de dos géneros, que en ocasiones es estrictamente una imposición occidental.
Una perspectiva desde la diversidad de lo religioso puede contribuir especialmente a desenredar la incomodidad del tema, no sólo mostrando que el antagonismo entre religión y homosexualidad no es tal, sino también ayudando a salir de la representación dicotómica de lo religioso y lo secular, y previniendo de la tendencia a usar el propio término “religión” de forma que sólo se refiera a ciertas confesiones, y excluyendo puntos de vista que legítimamente forman parte del panorama y de los actores relevantes en la construcción colectiva de la convivencia plural. Además, considerar la diversidad religiosa al tiempo que la diversidad sexual también puede ayudar a corregir los excesos del énfasis en las identidades. Al menos desde los años 90 del siglo XX las demandas de derechos de las minorías se han venido expresando en términos de identidades colectivas, pero ello también ha contribuido a crear estos escenarios de conflicto marcados por la identificación de bandos, incluso cuando no los hay. Esta situación, que es en el fondo una paradoja propia de las políticas de identidad, debe seguir evolucionando hacia políticas de la convivencia, redefiniendo el acomodo de las personas y los colectivos, sin caer en el enfrentamiento por las identidades, y poniendo atención en las intersecciones, cruces y coincidencias que facilitarán el entendimiento.
Finalmente, los desafíos ideológicos, teológicos, dharmalógicos y morales siguen ahí. Los desafíos planteados desde el activismo LGBTQ+ no deberían conducirnos a un atasco en simplificaciones de tipo derechos sexuales sí o no. Al contrario, constituyen una oportunidad más para seguir reflexionando sobre la afectividad y las emociones, el papel del cuerpo y la sensibilidad en la experiencia humana o el significado de las relaciones, que son cuestiones de cierta profundidad e interés general cuya importancia nunca ha sido menor, y que hoy en día podemos explorar desde la riqueza del pluralismo y la diversidad de creencias.