Formas de discriminación y conceptos de cultura obsoletos
Los problemas para la libertad religiosa derivados de asimilar religión con cultura o civilización dependen fuertemente de cuál sea nuestro concepto de cultura y civilización, unos conceptos que pocas veces se discuten y se hacen explícitos. En la Antropología Social y Cultural, la cultura se considera algo aprendido, compartido y transmitido en el seno de grupos humanos, y eso incluye tanto realidades materiales como ideológicas, lo que hace que nos refiramos al concepto antropológico de cultura como “holístico”. En la actualidad, la UNESCO reconoce que el concepto holístico de cultura enraizado en la tradición antropológica, es el más conveniente para trabajar en contextos de diversidad cultural y promover los valores del pluralismo cultural y religioso, como se reconoce en la Declaración Universal sobre la Diversidad Cultural, de 2001. Sin embargo, la comunidad antropológica está de acuerdo en que el concepto técnico usado en Antropología sigue sin ser el más conocido, y tampoco es el más usado hasta ahora en las políticas culturales.
El concepto más extendido de cultura en las sociedades modernas procede de los siglos XVII y XVIII, cuando la idea de “cultivo” comienza a usarse metafóricamente para referirse al cultivo de la mente o el espíritu. La cultura se ha entendido desde entonces de dos maneras que hoy siguen siendo la forma hegemónica en que popularmente se piensa “lo cultural”: (1) en sentido ilustrado y culto, la cultura como el resultado de la formación y la educación, y (2) en sentido folclórico y patrimonial, como acervo popular (material o inmaterial) de la creatividad de un grupo social determinado. Este doble significado del concepto de cultura sigue siendo importante hoy en día porque está en la base de las dos grandes líneas de política cultural que existen históricamente: las políticas educativas y las de protección patrimonial. A través de estas dos líneas de política social, los conceptos originados en el XVIII se han reproducido y extendido hasta hoy, y siguen influenciando nuestra forma de pensar y estar en contextos de diversidad.
Lo “atrasado”
La primera noción de cultura se desarrolla especialmente en el ideario de la Ilustración y representa la convergencia particular de la tradición francesa entre el concepto de civilización y la crítica roussoniana del mismo (Elias, 2001). Este concepto presenta un punto de vista individualista, en el sentido de que decimos que alguien “tiene cultura”, queriendo decir que la ha adquirido mediante la formación, el estudio o la experiencia, de manera que la cultura es un bien que el individuo posee como resultado del propio esfuerzo o talento. Este es un punto de vista problemático porque parece que sólo una forma cultural es legítima (la alta cultura, que incluye las bellas artes, pero también las ciencias) de manera que todas aquellas formas de cultivo del espíritu que no se ajusten al patrón hegemónico podrían ser inmediatamente descartadas, deslegitimadas y discriminadas como atrasadas, “supersticiosas” o incultas.
Si confundimos la religión con la cultura en este sentido ilustrado, podríamos tener una buena actitud para valorar los elementos universales de las confesiones mayoritarias (o incluso del ateísmo y otras convicciones humanistas), porque las podemos considerar conocimiento culto en ciertos sentidos. Pero será una perspectiva prejuiciosa y discriminadora para aquellas comunidades cuyas creencias, instituciones y prácticas no se asimilan a las de la cultura dominante, no viéndose por la mayoría como el pináculo culto de la buena educación, sino como formas de conducta o de creencia incultas, “atrasadas” o desviadas. Por ejemplo, en nuestra sociedad hay una tendencia clara a discriminar todas aquellas instituciones religiosas que no tienen la forma de iglesia, porque esa forma de organización concreta es la que históricamente se ha reconocido popularmente como legítima. Como consecuencia, nos cuesta ver la Umma islámica como institución, por ejemplo, o las clientelas (en religiones de matriz africana y chamanismos) como formas de organización religiosa. A estas tenderemos a verlas como arcaicas y no evolucionadas. Esta era la perspectiva de Huntington respecto a la capacidad política de las comunidades no evangélicas. Es interesante tener en cuenta que este mismo punto de vista (y esta forma de discriminación) está muy extendido en el laicismo y en las posturas antirreligiosas.
Lo “inauténtico”
Un segundo concepto extendido entiende la cultura como el repertorio de productos de la creatividad humana que consideramos más habitualmente como folclore o patrimonio cultural. Esta segunda noción se desarrolla a partir de la ideología nacionalista en la Alemania del siglo XVIII y representa una tendencia esencialista en la representación del espíritu de los pueblos (Volkgeist). Esta es una noción también limitante a la hora de aplicarse a la diversidad religiosa porque aquí la cultura se entiende como una especie de esencia de las naciones. En este caso, si confundimos la religión con la cultura podremos ver y apreciar el estrecho vínculo que algunas formas religiosas mantienen con la identidad étnica o territorial de los creyentes. Esta perspectiva es especialmente popular porque también ha sido históricamente objeto de numerosas agendas políticas, es decir: actores políticos y actores religiosos concretos se alían a menudo para defender la hegemonía de una confesión en un país, por ejemplo. Sin embargo, desde la perspectiva patrimonial de la cultura no podremos valorar y respetar adecuadamente los fenómenos de conversión, la libertad religiosa individual, ni las formas de religiosidad cultural o territorialmente desenraizadas, porque desde este ángulo nos van a parecer inauténticas.
Un ejemplo de este problema lo vemos con la religión sij. Hay un sijismo étnico vinculado a poblaciones originarias del Punyab (un territorio dividido entre India y Pakistán) que siguen esta tradición. Desde el punto de vista patrimonial de la cultura, esta se considera la forma principal (para algunos la única) de sijismo, pero también existe un sijismo no étnico, vinculado a la práctica del yoga kundalini, que no deja de crecer en occidente desde hace unos años y que es el fruto legítimo del derecho de las personas a seguir las creencias y prácticas de su elección. Desde el punto de vista patrimonialista de la cultura y la religión, estos sijs no punyabíes son criticados como falsos sijs, pero ¿acaso no tienen derecho a elegir sus creencias y prácticas religiosas libremente?
Este es un punto crucial: las personas tienen creencias y prácticas (y el derecho a elegirlas libremente) con independencia de cuáles sean las de su territorio de origen o de destino, y también con independencia de si esas creencias son de un origen territorial distinto al de las personas. En este sentido, la mayoría de las personas en España son legítimamente cristianas, aunque Jesús de Nazaret no naciera en Sevilla. Así, una persona musulmana nacida y educada en Europa, de familia cristiana o atea, nacida y educada en Europa, no es menos musulmana que una persona nacida en una familia también musulmana del norte de África. Serán diferentes en muchos aspectos, pero el factor religioso y el cultural no coinciden, y ello no lo hace menos auténtico. Las personas que cambian de confesión respecto a las de sus familias o sus grupos culturales, pueden ser injustamente discriminadas si mantenemos un concepto de cultura limitado y limitante.